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Los Pedroches, el agua y la miseria hace 50 años (parte 1)

Publicado

el

Calle Herradores, Villanueva de Córdoba

En 1973, Luis Carandell y Eduardo Barrenechea, viajaron por algunos lugares de Andalucía, Los Pedroches entre ellos. En varios artículos publicaremos lo que escribieron sobre nuestra comarca, que se puede resumir con las palabras “problemas con el agua” y “pobreza”.

Luis Carandell nos cuenta lo siguiente:


Por la Venta de Azuel entramos en la provincia de Córdoba y, dejando atrás el paisaje de piedra ocre de Sierra Madrona, recuperamos los tonos sombríos del monte bajo de Sierra Morena, poblado de jara y lentisco, de romero y espliego, de tomillo y mejorana. Comimos en el pueblo de Cardeña, en una pensión antigua regentada por dos señoras no menos antiguas que se desvivieron para atendernos a pesar de que, según nos dijeron, el día anterior, que había sido domingo, una invasión de cazadores y monteros había terminado con todas las provisiones del pueblo.

Luego, la carretera hacia Villanueva de Córdoba pasa a través de inmensos encinares bajo los que pastan rebaños de ganado lanar y vacuno y, sobre todo, piaras de cerdo ibérico negro en montanera. Estábamos ya en el valle de Los Pedroches, en el que recorrimos varios pueblos: Conquista, Dos Torres, Guijo, Alcaracejos, Hinojosa del Duque, Pedroche, que fue capital de las Siete Villas, y Pozoblanco, hoy partido judicial y cabecera de comarca. Todos ellos tienen un carácter parecido. Sus casas son de muy bella construcción, encaladas y con las puertas y ventanas enmarcadas en piedra gris.

Son pueblos pobres, con escasos cultivos, tierra de emigración. El pueblo de Pedroche, por ejemplo, ha pasado en pocos años de cinco mil habitantes a unos dos mil, y la emigración continúa en nuestros días, a veces con carácter temporal. Los hombres van a la recogida del tomate a la huerta murciana o a Francia a la vendimia y vuelven después al pueblo. En el bar del casino copié un cartel escrito a mano que estaba clavado con chinchetas en un
barril: «Se necesitan peones en la zona de Cataluña. Jornada de diez horas a 45 pesetas la hora. Dormitorios gratis a cargo de la empresa. Se pagará el viaje de ida y, en caso de permanencia superior a seis meses el de vuelta. Información, kiosko Torres».

La dureza de la vida de Los Pedroches —su mismo nombre parece proceder de «tierra pedrosa»— se debe, sobre todo, a la dramática escasez de agua. Hay grandes sequías en el verano y la transición desde el mínimo de precipitaciones en la estación cálida al máximo del otoño se hace de un modo brusco, pasándose de una sequía extrema a una gran abundancia de lluvias. Solamente uno de los pueblos del valle, Villanueva de Córdoba, tiene agua corriente y los demás han de obtenerla de pozos que muy probablemente quedarán secos en el verano.

Por todas partes se observan signos de este tremendo problema que no termina de resolverse. Desde hace años viene prometéndose traer a estos pueblos el agua del pantano de Belmez, pero la promesa no se cumple y las tierras y los hombres de Los Pedroches padecen sed. En Hinojosa del Duque estuvimos hablando con un aguador que estaba con su carro-cuba tirado por un muía llenando el depósito de una casa. Nos dijo que había ocho aguadores haciendo el servicio del pueblo y que sacaban unos diez duros por cuba, aunque a los que compraban
una cuba entera les costaba algo menos.

En el pueblo de El Viso pudimos ver, en una fuente, una inscripción que decía: «Horario de agua, de 7 a 8,30. Mañanas, sólo seis cántaros, Bajo multa.»

(…) En nuestro recorrido aquel día pasamos por una ermita en la que estuvimos hablando con la santera. Era la ermita de la Virgen de Luna, situada en el término de Pozoblanco, aunque una pequeña parte de la finca en que está la ermita pertenece al término de Villanueva de Córdoba. La santera, una mujer enjuta y enlutada de mediana edad que se llamaba Rafaela Amor, nos mostró el recinto de la ermita y las dependencias anejas, y nos contó muchas cosas interesantes. La Virgen de Luna, como sucede con muchas otras advocaciones de las ermitas andaluzas, pasa solamente cuatro meses en su pequeño santuario, siendo trasladada, en determinadas fechas, a Pozoblanco y a Villanueva de Córdoba para pasar otros cuatro meses en cada uno de estos pueblos. Hace años había otro pueblo, Pedroche, que, como dijo Rafaela Amor, «tenía derecho a tener la imagen», porque fue un vaquero de Pedroche quien, en tiempos remotos, hizo el hallazgo de la imagen y recibió el celestial mensaje. La santera aclaró que los de Pedroche «perdieron la imagen» porque el día que les tocaba ir a recoger a la Virgen para llevarla a su pueblo, hace de esto ya mucho tiempo, venían muy crecidos los torrentes y no pudieron llegar a la ermita. La norma es, como se ve, rigurosa en extremo con los que se retrasan en el cumplimiento del rito, pues basta con que los romeros del pueblo lleguen unas horas más tarde para que el pueblo pierda el derecho a llevarse la Virgen. De este modo, hoy no existen en el recinto de la ermita de la Virgen de Luna más que dos pabellones para el descanso de los cofrades, el de Pozoblanco y el de Villanueva. Hay entre ambas cofradías una diferencia. Los de Pozoblanco tienen el derecho de acudir a la ermita armados con escopetas que utilizan para disparar salvas durante la romería. Los de Villanueva perdieron ese derecho porque, al parecer, se produjo entre dos romeros de este pueblo un incidente que terminó a tiros.

Los de Pozoblanco, en el pabellón donde celebran sus reuniones y banquetes en los días de romería, tienen armeros o muebles especiales para tener las armas de fuego. Los de Villanueva, privados como están del derecho a usar armas de fuego, han decorado su pabellón con pomposas panoplias, lanzas y armaduras antiguas.

Tierra abandonada, olvidada, la de Los Pedroches. Pobres cultivos, problemas ganaderos, falta de agua, creciente despoblación en esta región que constituye aproximadamente una cuarta parte de la provincia de Córdoba. Estando en un café de Hinojosa del Duque, conversamos con unos parroquianos sobre la situación de la comarca. Decían que la gente se marchaba y se mostraban desesperanzados respecto al porvenir del valle. Nos preguntaron si éramos de Madrid, y al decirle nosotros que, aunque no lo éramos, en Madrid vivíamos, uno de los hombres dijo una frase sentenciosa que podía aplicarse a los habitantes de Los Pedroches igual que a los de tantas y tantas otras zonas de la España olvidada:

«Le advierto a usted que, como la soga no se quiebre, en Madrid acabaremos todos.»


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Los Pedroches, el agua y la miseria hace 50 años (parte 2)

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Calle Berlín, Villanueva del Duque

Como ya dijimos en un primer artículo, en 1973, Luis Carandell y Eduardo Barrenechea, viajaron por algunos lugares de Andalucía, Los Pedroches entre ellos. Y en varios artículos publicaremos lo que escribieron sobre nuestra comarca, que se puede resumir con las palabras “problemas con el agua” y “pobreza”.

Por cierto, tienen una cierta confusión con los pueblos que son de la comarca de Los Pedroches, añaden también pueblos del Valle del Guadiato. Hay que tenerlo en cuenta cuando dan datos genéricos.

Eduardo Barrenechea nos cuenta lo siguiente:


Aún hoy, sí, en esta gran mancha granítica de la comarca natural llamada Los Pedroches, se utiliza en riscos y montes el rudimentario sistema de cultivo denominado de las «rozas», con sus dos o tres cosechas sucesivas obtenidas sobre las cenizas derivadas del incendio del «monte». Tras esas cosechas vuelve a abondonarse el terreno a la vegetación espontánea de encinas, alcornoques, robles enciniegos y abundante matorral (jaras, madronas, coscojos, lentiscos, etc.) durante diez o doce años, al cabo de los cuales se reanuda el ciclo.

La agricultura —mediterránea— es casi marginal (debido a la aridez de los terrenos): algo de trigo, cebada, habas y garbanzos. Y como cultivos arbóreos, un poco de vid y olivo. Y, por todas partes, encinas y alcornoques, en un paisaje que parece (y es) continuación del de las dehesas y montes bajos de Extremadura, que penetra a esta parte de la sierra cordobesa salvando la frontera del río Zújar.

Predomina la explotación ganadera en régimen extensivo: ovejas, cabras, cerdos —a la montanera— y vacuno. Ovejas, cabras y cerdos van a la baja. Los ovinos porque han dejado de ser negocio. Los porcinos, en montanera, porque la peste africana esquilmó las piaras. El vacuno tiene más representación, pero no abundancia. La caza va siendo explotada de forma creciente por los particulares.

Antiguamente esta penillanura de Los Pedroches conoció el terreno indiviso, con mancomunidad de pastos, como influjo de los régimenes de explotación ganadera propios de las zonas montañosas o de las grandes zonas de pastoreo trashumante (vecina es la comarca del Valle del Alcudia —1.400 kilómetros cuadrados—invernadero tradicional de los rebaños sorianos).

Aún hoy, sí, en este valle de Los Pedroches de suelos arenosos —por descomposición de granitos y cuarcitas— o arcillosos —por alteración de las pizarras circundantes— las enfermedades más frecuentes son las de origen hídrico: el endémico quiste hidatídico, cuya causa se debe a la deficiente potabilidad de las aguas, las fiebres tifoideas, que durante lustros fueron problema fundamental y que todavía no han podido ser erradicadas. La disentería, en retroceso, pero igualmente presente. Tres dolencias con su origen en la falta de agua —y sus secuelas de carencia de la higiene más elemental— en la no potabilidad de la mayor parte de la existente.

El abastecimiento de agua a los pueblos de la comarca de Los Pedroches está en vías de solución, pero en la actualidad la situación es la descrita.

Estamos en la antigua Balátila de los árabes o «llano de las bellotas», donde unos cien mil habitantes aún resisten a la emigración, si bien esta cifra es falsa, ya que siguen figurando como censados en sus respectivos municipios miles de personas que apenas si pasan en ellos tres o cuatro meses, viéndose obligados los otros ocho o nueve a salir de sus tierras para ir a trabajar de temporada, como braceros, por distintos puntos de nuestra geografía y a la vendimia de Francia. Luego tornan al pueblo, donde los ahorros les permiten esas largas vacaciones.

Aun siendo esto así, el descenso de población en la comarca es realmente espectacular. De una densidad por kilómetro cuadrado que se fijaba en 1954 en 32,8 ha quedado reducida al 20,3 en 1970.

El valle de Los Pedroches —que va de Noroeste a Sudeste desde Castuera (Badajoz) a Santa María de la Cabeza (Jaén) y la Sierra Norte— tiene una superficie de 4.712 kilómetros cuadrados —el 34 por 100 del total de la provincia de Córdoba—, pero su población sólo representa el 14 por 100 de ésta. La densidad provincial es de 55 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras en esta comarca tan sólo supera ligeramente los 20, o sea, el 40 por 100 de la media provincial.

Por otra parte, según un reciente estudio de los profesores Rodríguez Alcaide y Titos, la renta disponible total de la comarca es de 27.485 millones. Es decir, la renta de Los Pedroches y la Sierra representa el 8 por 100 del total provincial. La renta provincial per capita es de 36.475 pesetas, en tanto que en la comarca es de 22.010 pesetas, sólo el 60 por 100 de la provincial. (Digamos, entre paréntesis, que la situación cobra su verdadera dimensión al saber que la renta per capita de la provincia de Córdoba está muy lejos de la media nacional —sólo alcanza a representar el 73 por 100 de la misma—, y que Córdoba, por este concepto de renta por persona, ocupa el puesto 42 entre las 50 provincias españolas. Todo ello nos ayuda a centrarnos sobre la situación verdadera de esta comarca.)

Más del 40 por 100 de la población sigue ocupada en la agricultura, lo que hace presagiar que la oleada de la emigración ha de continuar forzosamente, sobre todo por cuanto las explotaciones mineras —antes brillantes— han decaído notablemente. Por otra parte, pocos quieren trabajar en las minas, pues los bajos salarios que perciben los mineros del Sur no compensan en absoluto los riesgos y dureza que entraña su tarea. Nos encontramos en Los Pedroches y en toda la Sierra con un futuro nada prometedor: por un lado esta tierra es poco apta para los cultivos, en segundo lugar los jornales suben y muchos propietarios que antes hacían cultivar tierras marginales prefieren abandonarlas. Por otra parte, el pastoreo ya no compensa ni al pastor o vaquero ni al dueño. Al pastor o vaquero por la vida sacrificada que debe llevar a cambio de un jornal mínimo. Al dueño porque le trae más cuenta cercar la finca y dejar libre al ganado —al cuidado de un sólo vaquero— o dedicarla a terreno de caza.

En cualquier caso es un hecho que las áreas de cultivo se reducen y los rebaños de vacuno o de ovino o las piaras de cerdos merman. El declive —el enorme crack de los complejos mineros de la zona (Peñarroya-Pueblonuevo, Belmez, Pozoblanco, etc.) no sólo no pueden absorber la nueva mano de obra, fruto del crecimiento vegetativo de la comarca, sino que reducen cada vez más las ya exiguas plantillas.

Ante este panorama, Los Pedroches es una de las comarcas seleccionadas por el IRYDA (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario) para actuar sobre la misma, así como la continuación geográfica de la Sierra de Córdoba y la Sierra Norte de Sevilla, también sujetas a la actuación del IRYDA.

Mas, sin fantasías, con los pies en el suelo, las actuaciones del IRYDA no podrán tener mayores repercusiones. En cualquier caso —¡ojalá me equivoque!—, si todo le sale bien en sus programaciones podrán obtenerse algunos resultados de índole económica, pero ello sólo va a beneficiar a quienes posean «algo», pero va a representar muy poco para los jornaleros o para la masa de esas personas que poseen lo que por estas sierras de Córdoba y Sevilla se llama el «corralito» (la Sierra está dominada por el llamado latifundio serrano). Los pueblos están muy distantes uno de otro por mor de las grandes fincas. Luego, junto a los pueblos, la propiedad se encuentra muy dividida en pequeñas fincas —los corralitos—, que son pequeños huertos familiares o minúsculas fincas de labor pertenecientes por lo general a los braceros, jornaleros o aparceros que han de trabajar en las grandes fincas para subsistir.

Las actuaciones del IRYDA no les van a afectar. O, mejor dicho, puede que sí les afecten, pero en el sentido de que se vea acelerada su emigración, ya que lo que se pretende es, sobre todo, fomentar, por un lado, la ganadería en régimen de estabulación o mediante cercado y, por otro, lograr mayor aprovechamiento cinegético. Desde el punto de vista estrictamente económico, repito, es posible que las futuras actuaciones del IRYDA en las zonas serranas de Córdoba y Sevilla logren resultados bastante satisfactorios, pero pocas dudas caben —y a mí ninguna— de que ello va a precipitar la emigración, pues lo único que podría frenarla sería, por un lado, una nueva estructura de la propiedad —cuestión bastante improbable— y, por otro, la creación de industrias, pero este aspecto, apenas si enunciado, se deja a la iniciativa privada y se me antoja un poco infantil pensar en que éste elija para ubicarse lugares donde el acceso está casi «prohibido» a los automóviles, tal la estrechez y el estado de los pavimentos.

¡Cómo no!, en los Pedroches, como en todas y cada una de las comarcas y aun de los pueblos de España, se piensa en el turismo. Objetivamente, la comarca es una maravilla y los pueblos, de piedra en muchos casos, algo sorprendente en Andalucía. Es más que posible que algo de esto llegue con el futuro, aquí como en todas las zonas que se encuentren cerca de los grandes núcleos de población. Los naturales emigran, los pueblos se quedan semivacíos, los «ciudadanos», cansados del trajín y los humos de las colmenas de asfalto y cemento «suben» los fines de semana en busca del campo, del aire puro. Los Pedroches quedan algo lejos de Córdoba capital, pero puede que algún año trepen hasta allí los cordobeses. Por de pronto, ya la zona de la Sierra de Hornachuelos se está poblando de hotelitos, al igual que por la zona de la subida a Santa María de la Cabeza, en Jaén, junto a Andújar, la montaña es una inmensa parcela, mil veces dividida y moteada de pequeños chalés. Pónganse unos cuantos paradores de turismo, foméntese aún más la caza, plagúense los embalses ya existentes de «clubs náuticos» y repuéblense sus aguas de truchas, barbos y carpas de piscifactorías y… tendremos una imagen —ya en tantos y tantos sitios de España absolutamente actual— de lo que va a ser este país en un futuro nada lejano. Una decena de megalópolis rodeadas de un desierto poblacional y un mal ordenado territorio donde se siembran urbanizadoras que poco tienen que ver con la verdadera «calidad de vida».

Yo no sé si esto tendrá que ser así —aunque pienso que no—, sólo me pregunto si es que en muchos casos esto no será así en gran medida porque no se ha tomado ninguna.

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La leyenda de la ‘casa del judío’, desde Bécquer hasta Pedroche

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La leyenda de la 'casa del judío', desde Bécquer hasta Pedroche

Se ha encontrado una Estrella de David grabada en una portada recién descubierta en Pedroche [leer aquí, aquí, aquí o aquí], símbolo del judaísmo. Tras su estudio, seguramente aportará más información sobre la importante historia de este pueblo.

A raíz de este descubrimiento, hemos recordado una leyenda que circula (aunque cada vez menos) entre los habitantes de Pedroche que gira alrededor de una casa situada junto a la iglesia El Salvador. Se le suele llamar (o se le solía llamar) “Casa del Judío” gracias a la “Leyenda de la Casa del Judío“.

Ya sabemos que las leyendas tienen poco de realidad y mucho de imaginación. Ésta es una de ellas, como ahora veremos, pero no por ello debemos perderla de vista, aunque sea solo por la curiosidad histórica y cultural.

En 2008, a raíz de que el blog La opinión de Pedroche hablara de una restauración de esta casa y de su leyenda, Solienses ya avanzó la similitud de esta leyenda con la de Gustavo Adolfo Bécquer, “La rosa de pasión” [leer aquí]. Es fácil concluir, leyendo ambas historias, que una proviene de la otra, que la de Pedroche es una adaptación de la leyenda de Bécquer.

Reproducimos nuestra leyenda tal y como la contó Juan Ignacio Pérez Peinado, cronista, en la revista de feria de 1983:


“Frente a la puerta del sol de la iglesia parroquial, todavía existe en Pedroche un viejo caserón de portada de granito oscurecida por el tiempo. Es la Casa del Judío, la Casa de los Duendes o la Casa de las Lágrimas. Y es a finales del siglo XV cuando habitaba en ella un judío expulsado de Córdoba a quien los naturales de la villa llamaban “Malogrado”. Era tanta la miseria de aquellos tiempos que difícilmente podían los cristianos recuperar los vestidos y alhajas empeñados como prendas a cuenta del dinero que “Malogrado” les prestaba. No sin razón comenzó a llamarse aquel lugar “Casa de las Lágrimas” por las muchas que hombres y mujeres vertían al no poder desempeñar sus ajuares.

A pesar de su riqueza, “Malogrado” murió un invierno cualquiera en la más completa soledad. Mientras su hijo Moisés y su nieta Ester, en un largo camino, habían acudido a Toledo, el Concejo de la villa encontraba a “Malogrado” moribundo en el frío suelo del oscuro sótano de la casa. Era Ester una mocita de dieciséis años, alegre como sus primaveras, de ojos azules y piel de blanquísimo alabastro. Sus cabellos rubios y abundantes, eran otras tantas llamadas a los mozos casaderos que no cesaban de cortejarla. Y era Agustín, el hijo del campanero, quien puntualmente le dedicaba cada noche sus mejores serenatas.

Era Moisés, por el contrario, un hombre amargado porque, creyendo encontrar la fortuna de su padre, sólo encontró, a su vuelta de Toledo, una casa destrozada y saqueada por quienes habían sido deudores de “Malogrado”. Como buen judío Moisés no se amilanó ante la desgracia. Ejerciendo el oficio de guarnicionero volvió a crearse una modesta fortuna suficiente para pasar honradamente sus días. Llenaba Ester de alguna manera el corazón martirizado de aquel padre tan castigado por la adversidad. También Débora, su bellísima esposa, había muerto joven cuando Ester apenas contaba dos años.

Un grupo de judíos, amigos de Moisés, cuchichean indignados como si una nueva maldición pesara sobre los de su raza. Ester, la gloria del barrio judío, honor y alegría de su padre y de cuantos la conocen, despreciando a los de su raza, está enamorada del joven Agustín. Por encima de su religión y de su pueblo, está dispuesta a recibir las aguas del bautismo y poder así contraer matrimonio cristiano.

La indignación y la rabia conmueve a todas las familias judías. Es intolerable que un “perro cristiano” se despose con la flor de la estirpe judía. Y es necesario tomar medidas precisas. Ni las lágrimas de Moisés, ni las recomendaciones del anciano rabino hacen desistir a la bella Ester de la decisión tomada.

Sobre el Calvario, a unos pasos del Torreón que siempre sirvió como puerta de la villa, todo el ghetto judío se ha reunido con trajes de gala. En medio del silencio de la noche un gran corro de jóvenes y ancianos recogen piedras que van lanzando con furor sobre el cuerpo exánime de Ester. Su túnica blanca, salpicada de manchas rojizas, da testimonio de bautismo de sangre que acaba de recibir. Condenada por el Consejo de ancianos, su muerte quiere significar el escarmiento para otras jóvenes judías ante los halagos y solicitudes de los muchachos cristianos.

Aquella noche Moisés, el padre exasperado, creyendo encontrar la satisfacción de la venganza ante la hija rebelde ya sacrificada, sólo sintió una terrible soledad que con sus garras frías se fue apoderando de su corazón desgraciado.

En el lugar del martirio, brotó un rosal extraño cuyas hojas, dice la tradición, despedían un vivísimo fulgor antes del amanecer. A este rosal se acercó Agustín, provisto de un azadón, deseoso de trasladar al jardín de su casa aquella planta que tan íntimos recuerdos despertaban en él. Al primer azadonazo, los pétalos de las rosas se iluminaron y las corolas semejaban lámparas encendidas. Las hojas brillaron con más fulgor y todo el rosal se convirtió en una ascua gigantesca. Al mismo tiempo desde la planta un suspiro, mitad alarido de dolor, mitad anhelo de deseos insatisfechos, se dejaba oír con toda claridad.

Los huesos de Ester se juntaron con orden, unos con otros, se pusieron de pie y se revistieron de carne. Apareció la joven en todo su esplendor con una belleza deslumbrante. Se acercó al joven lentamente, le tendió sus brazos y al darle un beso desapareció su luz. Su esbelta figura, convertida de repente en un montón de pavesas fue deshecha y dispersada por el viento.

Y dicen los viejos que a la mañana siguiente, con más pena que nunca, las campanas de Santa María estuvieron doblando por el alma de Agustín.”


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‘Recordando historias de la Navidad’, por Pedro de la Fuente

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Entrada a la comarca de Los Pedroches

Cuando llegan estas fechas, las navideñas, me vienen a la cabeza diferentes historias que se han ido agolpando en mi memoria, física o virtual, a lo largo de los años.

Así, de nuevo, vuelvo a recordar algunas referencias sobre la celebración de Navidad en Pedroche en el primer tercio del siglo XX. En un artículo publicado en 2020 se pueden leer, por ejemplo, unas interesantes cartas destinadas a los Reyes Magos o cómo se celebraba la Nochebuena en este pueblo. Se trata de una curiosidad más, a la vez que demuestra lo que fuimos y lo que somos.

“Pedroche a 25 de Noviembre de 1934
Rey Gaspar: Me echas el desayuno que tome el día de mi primera Comunión, pues aunque es cosa humilde por recuerdo de aquel día es lo que me gusta más. Rosario Sicilia Ruiz.”

“Señores: Las niñas que forman el coro quince del Catecismo de esta parroquia a V.V. M.M. con la mayor sumisión exponen: (…) los regalos que a continuación expresan: Cinco abrigos, cinco baberos, un jersey, un velo y una muñeca grande que diga papá y mamá. (…)
Pedroche 1 de Diciembre de 1934″

[disponible en pedrocheenlared.com]

También, en 2013, mostré “Una Historia de Navidad” que Floren Dimas escribió en 2010, la cual recoge un testimonio real y donde parte de ella se desarrolla en Los Pedroches. Además, me puse en contacto con el autor y me indicó que estaba “encantado de que se amplíe la
difusión de aquella bonita y triste historia
“.

Diecinueve de diciembre de 1936.
Nevaba en Minas de Hellín. Lola estaba a punto de salir de cuentas, pero era tal el deseo
de ver a su marido, al que no veía desde el verano, e intentar compartir con él el trance de
alumbrar una nueva vida, que desoyendo los ruegos de su familia, recogió en un gran fardo
la ropa imprescindible, la manta, un montón de tiras de sabanas viejas a modo de pañales,
y con una cesta de mimbre en la mano, de aquellas que llamaban “de ferroviario”, con
alimentos para el camino, se subió al tren en Hellín con un billete hasta Alcázar de San Juan,
encomendándose por dentro a la Virgen del Rosario, mientras apretaba contra su pecho la
taleguilla con el poco dinero que pudo disponer para el viaje, y un salvoconducto expedido
por la comandancia militar de Hellín, en el que podía leerse: “Autorización para realizar el
trayecto Albacete-Alcázar-Peñarroya, hasta zona de guerra de los Pedroches”, expedido a
nombre de Dolores Fuentes López, de veinticuatro años, natural de Minas de Hellín
(Albacete), estado: casada.
(…)”

[disponible en pedrocheenlared.com]

Por último, cada 24 de diciembre, también me acuerdo de una “entrevista” que le hice a mi madre en 2012. Me gustaría que la escuchaseis, se tituló “El Cortijo, 1965 – 1979” y está acompañada con fotografías reales del sitio donde estuvo viviendo durante esos 14 años:

Son días para refortalecer la memoria.

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