Tu opinión
‘De lo que aconteció a Yenifer Simplicia al ser invitada a una boda’, por Juan Ferrero
Se consideraba afortunada en esta ocasión “Yenifer” Simplicia por haber encontrado su vestido para la boda en la primera tienda que visitó. Una verdadera suerte, porque normalmente el vestido era la pieza del atuendo que más problemas presentaba. A las jovencitas todo les caía bien; mas a ciertas edades la carne se desborda asimétrica y caprichosamente por las distintas partes del cuerpo y resulta muy difícil encontrar algo que guste y que a la vez quede bien. La compra de un vestido de fiesta suponía para “Yenifer” Simplicia un engorroso y molesto peregrinaje por las numerosas tiendas de la provincia hasta encontrar el modelito adecuado; mas esta vez no, en la primera tienda encontró lo que buscaba. Fue lo que se dice llegar y besar el santo. Ahora sólo quedaban los zapatos y el bolso, porque la pamela iba incluida con el vestido.
“Yenifer” empezó a buscar en los mercadillos, con cierta despreocupación, como quien ya lo tiene todo resuelto, pero no halló lo que quería. Continuó por las tiendas “Mary Paz” en Córdoba, pero nada. Del Corte Inglés pasó a las zapaterías del centro y de ahí a la Viñuela, y así hasta agotar todos los establecimientos del ramo.
La euforia y el optimismo inicial de “Yenifer” se fueron tornando en cansancio, angustia, agobio y malhumor y comenzó a preguntarse de modo obsesivo por qué no habrían fabricado los modelos que ella necesitaba, ya que si encontraba un bolso del mismo color y tono que los zapatos, no coincidían en el diseño y formas; y si encontraba uno que viniese bien con el color y su forma, ambos no combinaban con el collar y los pendientes , o con el estilo del vestido, o con el color de sus ojos…
Para “Yenifer” Simplicia el mundo fue adquiriendo un color negro intenso sin salida a la luz. Porque no podía asistir de cualquier modo a una boda, donde nada más verse las invitadas se examinan y observan unas a otras y se inician las sonrisas y los comentarios en voz baja, cotilleando y chismorreando sobre lo que lleva la fulanita y la menganita. Una mujer tiene que ir bien combinada a una fiesta de gala, que el din vaya con el don. Para “Yenifer” esta opinión era sagrada, algo sobre lo que no cabía discusión.
Así pues, la perturbación se fue apoderando de su mente y, en un arrebato de desesperación, se montó en su coche dispuesta a recorrer las zapaterías de la provincia. Y cuando el vehículo se le averió, dejándola en la carretera, hizo autoestop por toda España; pero su búsqueda resultó infructuosa. La boda se celebró sin la asistencia de “Yenifer”.
La torturada mujer cayó en una depresión gorda. Regresó al pueblo y se echó al monte. Y por la Pizarra y la Loma del Caballón la vieron deambular como alma en pena; desaliñada y vistiendo harapos. De vez en cuando se acercaba a algún cortijo a pedir comida y después desaparecía de nuevo en la foresta. Y de este modo, entre peñas, arroyos, fontanas, romero y jarales, pasaba sus días. Mas, de repente, volvió a su casa y amontonó el vestido con la pamela, prendiéndoles fuego. Luego ingresó de por vida en un convento.
Sin embargo, a la semana cambió de opinión y se fue otra vez a su casa a llevar una vida normal y corriente.
Pero el destino es cruel y no tiene consideración con los simples mortales. Cuando “Yenifer” Simplicia abrió la puerta de su vivienda, encontró un sobre que alguien había pasado por debajo y que tenía escrito: ”Hemos estado aquí, pero te encontrabas ausente. Ya nos pondremos en contacto contigo”. “Yenifer” sacó la tarjeta que había en el sobre y leyó: “Los fulanitos le invitan a la unión matrimonial de sus hijos tal y tal, que tendrá lugar en la parroquia de bla, bla, bla,…”.
Juan Ferrero.
Cultura
Hablando de presentaciones de libros, de Cultura y de Los Pedroches
Quizás, para la librería 17 Pueblos, todo empezara con aquel encuentro de escritores de Los Pedroches que tuvo lugar en abril de 2015 en Pedroche. Allí, una de las críticas más escuchada era el poco interés a nivel institucional y cultural en Los Pedroches para uno de los pilares fundamentales de la Cultura, los escritores y escritoras de esta tierra. Y tenían razón quienes lo decían, salvo contados casos.
Nueve años después, 17 Pueblos seguimos aportando nuestro granito de arena para evitar este desinterés.
Félix Ángel Moreno Ruiz, escritor de Pozoblanco, ha publicado una nueva novela, “Un crimen de barrio“. Estos días, la ha presentado en tres municipios de Los Pedroches, en Alcaracejos, en Torrecampo y en El Viso, y 17 Pueblos le ha acompañado. Hay que agradecer la disponibilidad de estos ayuntamientos para acoger este tipo de actividad.
Eso sí, de alguna forma habría que dar a entender que una presentación de un libro no es un “charlatán que te quiere vender algo“. Una presentación de un libro es una actividad cultural, donde gente “de la cultura” habla sobre un tema, intercambia impresiones con el público, donde el que va siempre aprende y comparte. No es obligatorio comprar un libro.
Quizás haya que cambiar el concepto, amoldar el continente, para darle más importancia al contenido. Es difícil entender cómo las personas que forman parte de un club de lectura no acuden a estos eventos, es difícil entender que una parte de la gran cantidad de lectores que existen no se interesen por estos momentos de charla literaria. Algo falla y algo debemos hacer todos por remediarlo.
Tu opinión
‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)
Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.
Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.
Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.
Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.
Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.
Por favor.
Francisco Carrillo Regalón
Tu opinión
‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero
“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”
El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.
El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.
El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.
Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.
La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.
El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.
El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:
Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.
Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?
Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.
Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?
Pero no.
El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.
Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.
Juan Ferrero
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