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El desván de las historias

Las piedras del cielo

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Las piedras del cielo

Dicen los expertos en rastrear el paso de la humanidad por este planeta que llamamos hogar, que desde el final del Neolítico hasta la Edad del Bronce –nombre más romántico que Calcolítico, aunque se refieran ambos al mismo período- se desarrolló prácticamente en toda Europa una forma de expresión cultural que ha llegado hasta nuestros días a través de enormes bloques de piedra, y que se ha dado en llamar Arquitectura Megalítica. Para situarnos, podría decirse que andamos entre los cuatro mil y los dos mil años antes de nuestra era, siglo arriba o siglo abajo, si se tiene en cuenta la enorme dificultad en eso de fijar fechas exactas para un tiempo en el que aún ni siquiera se tenía noción de lo que era una fecha. Como no podía ser de otra forma, nuestra tierra se encuentra ampliamente plagada de estructuras relativas a este período, con cientos de muestras repartidas por toda nuestra geografía, de este a oeste y de norte a sur. No es de extrañar, naturalmente. El resto fósil de homínido más antiguo del continente no es otro que el conocido Hombre de Orce, aparecido en la pedanía Venta Micena, en dicho municipio granadino. Y ya vimos que el vestigio rupestre más antiguo conocido es el de las focas representadas en la Cueva de Nerja, en la provincia de Málaga.

Volviendo a fijar la vista en esta Arquitectura Megalítica, todas las provincias andaluzas cuentan con múltiples yacimientos que certifican multitud de asentamientos humanos, así como la voluntad de esos humanos de levantar esos silenciosos monumentos que gritan su mensaje nunca oído a través del paso de los milenios. Aunque el monumento megalítico más famoso del mundo se encuentre en las frías y a menudo inhóspitas tierras británicas –el conocido crómlech de Stonehenge-, Andalucía cuenta con numerosas y espectaculares muestras de esta cultura megalítica en puntos tan distantes para la época como Valencina de la Concepción –Sevilla-, Antequera –Málaga- o Trigueros –Huelva. Conocidos son los casos de los Dólmenes de La Pastora y Matarrubilla, la Cueva de la Menga, o el Dolmen de El Soto, ubicados en esos lugares respectivamente.

Para entender un poco mejor esta cultura megalítica, es preciso empezar por la parte más simple; a partir de un agujero en la tierra. Hablamos de la cista; este tipo de enterramiento prehistórico no es más que un agujero cuyas paredes están cubiertas por una piedra plana cada una, a modo de “pared”. El siguiente paso en complejidad lo encontramos en el menhir; se trata de un solo bloque de piedra erguido, apuntando al cielo, con una parte enterrada para fijarlo al suelo y evitar su caída. Siguiendo el grado de complejidad encontramos el dolmen, básicamente formado por dos menhires sobre los que se coloca una roca en horizontal formando un dintel. Estos dólmenes estaban cubiertos de tierra, formando un túmulo o montículo, bajo el cual a menudo pueden encontrarse enterramientos en forma de cista. Esta tipología evolucionó hacia dos modalidades diferentes. Por un lado hacia una cámara redonda a la que se accedía a través de una galería de piedra, encontrándonos ante un tholos; por otro hacia un círculo de piedra formado por una sucesión de menhires y dólmenes descubiertos, hallándonos entonces ante un crómlech, y llegando así al ejemplo más famoso, como citábamos antes, Stonehenge. La provincia de Córdoba tiene también sus propios y notables ejemplos, ya sea el Dolmen de Casas de Don Pedro –en tierras de Bélmez-, el de El Rongil –Villanueva de Córdoba-, el de la Dehesa de La Lastra –en Luque-, o los megalitos de Fuente Obejuna. En la Comarca de los Pedroches, principalmente en el término de Pozoblanco, se hallan hasta veintiún megalitos, destacando el Tholos de Bermejuela. Merecen una oportuna visita; el alma sensible no quedará fría ante su contemplación.

Conforme el período toca a su fin, las tierras andaluzas asisten al nacimiento de dos importantes culturas que se asentarán en los dos extremos del sur peninsular, tomando como foco la provincia de Almería en el levante, y la desembocadura del río grande, padre Guadalquivir, en poniente. Pero como diría el inolvidable Michael Ende en su no menos inolvidable Historia Interminable… ésa es ya otra historia, y merece ser contada en otra ocasión.

 

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El desván de las historias

El final de la eternidad

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Capitel de los evangelistas

La ciudad eterna se muere. Son muchas las causas, y muy prolongada en el tiempo la enfermedad que acabó con la civilización más esplendorosa de toda la historia en muchos aspectos. Esa misma historia fija el último suspiro de la capital en el año 476 de nuestra era, aunque en el mundo del arte, la muerte cerebral había llegado tiempo atrás. Son pocos los restos de los primeros siglos del cristianismo. La crisis económica y los enfrentamientos cívico-religiosos impidieron una mayor proliferación de obras artísticas. El caso de las idolatradas Justa y Rufina en Sevilla puede ilustrar a la perfección el ambiente de intolerancia y radicalidad existente, más allá del mito o de la fe. Asolada y desangrada por varios frentes, Roma acude a los visigodos del este de Europa para solicitar su ayuda frente a la rebelión de los suevos afincados en Hispania. De este modo, tras el fatídico año 476, los visigodos heredan la península, extendiendo sus fronteras hasta Burdeos, donde fueron rechazados por los francos para retirarse definitivamente tras los Pirineos.

Como ya sucedía desde los primeros días tras su muerte en la cruz, los seguidores de Jesús se empleaban a fondo en la muy poco cristiana tarea de matarse unos a otros por el poder terrenal con el motivo religioso como excusa. Los visigodos dieron varias y variadas muestras de ello, siendo el más visible el caso del rey Leovigildo, quien mandó ejecutar a su hijo Hermenegildo por haber abandonado el arrianismo para pasarse al catolicismo tras su encuentro con la gran figura de la época visigoda: Isidoro de Sevilla. Si se excusa el burdo ejemplo, el fútbol es un deporte donde juegan dos equipos y al final gana Alemania. En historia, la religión es una guerra donde luchan dos verdades, y al final gana el catolicismo. Finalmente, Recaredo sucede en el trono a su hermano Leovigildo, oficializando el catolicismo como religión del reino en el año 689.

Desde la instauración del cristianismo como religión oficial del imperio, los primeros cristianos abandonaron las catacumbas y adoptaron la estructura de las basílicas romanas para sus ritos religiosos de la incipiente iglesia. Eso mismo ocurrió en la Bética, donde desde finales del siglo IV e inicios del V, comenzaron a levantarse estos edificios. Ejemplos ilustrativos pueden ser los restos de la basílica de Vega del Mar, en San Pedro de Alcántara (Málaga), y los de Gerena y el Patio de Banderas de los Reales Alcázares (ambos casos en Sevilla). Entrada ya la etapa visigoda, los restos arquitectónicos desaparecen, conservándose sólo un puñado de piezas como pueden ser altares, capiteles, etc. La mayoría de ellos provienen de Córdoba, debido a que los musulmanes reutilizaron los restos de la basílica de San Vicente en la construcción de su mezquita-aljama. En Sevilla hay también algunos ejemplos de capiteles visigodos reutilizados por el mundo musulmán en la Giralda y en los Jardines de Murillo.

Más importancia tienen en esta época los sarcófagos, derivados de la costumbre de inhumar a los muertos ya presente en el mundo romano. Al final del imperio, en época cristiana, la costumbre se mantiene, cambiando únicamente la temática figurativa exterior, para adaptar las figuras clásicas a la nueva fe. Son los casos de Carteia (San Roque, Cádiz) y el Prado de San Sebastián (Sevilla). También han llegado ejemplos de sarcófagos con temática puramente cristiana, como los de Berja (Almería), Córdoba, Martos (Jaén) y Écija (Sevilla).

La escultura del momento tiene poco que ver con el pasado esplendor del mundo romano. Del mundo paleocristiano sólo se conservan tres en toda Andalucía, representando el tema del Buen Pastor. Son los casos de la escultura de la Casa de Pilatos (Sevilla) y los dos ejemplos conservados en Almería. Lo más destacado del momento visigodo es el Capitel de los Evangelistas, conservado en Córdoba.

El ejemplo más brillante del mundo visigodo lo encontramos en una de las llamadas artes suntuarias. No es otro que el Tesoro de Torredonjimeno, aparecido en un removimiento de tierras. En un primer momento fue entregado a unos niños para que jugasen con él, creyendo que era falso. En la actualidad se haya repartido por varios museos. Se trata de un tesoro litúrgico que posiblemente adornara el altar de alguna iglesia.

Con la llegada del mundo islámico, muchas de las obras desaparecen, debido por la costumbre de los nuevos amos de reutilizar todo lo que encuentran a su paso -justo es decir que no son los primeros de la historia en hacerlo-. Se abrirá así un período de esplendor artístico que, con altos y bajos propios de su longevidad, se extendería durante ocho siglos.

 

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La sinuosidad del gusano

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Mosaico romano

Cuando los soldados de la república pusieron el pie en Grecia y Asia Menor, allá por el siglo II antes de nuestra era, el mosaico era ya común en el mundo griego. Como tantas otras realidades, pasó con facilidad a formar parte del ecléctico mundo romano. Si es justo comenzar con esta realidad, es igualmente justo decir que fue a partir de esa “romanización” del mosaico cuando comenzó un auténtico género artístico-industrial, del que acabaron por convertirse en inigualables especialistas. El gusto por la musivaria se extendió de tal forma que puede decirse con escaso temor a equivocarse que no hubo casa o villa donde no hubiera mosaicos de distintos tipos.

En el mundo romano se distinguían entre la obra de musivum -mosaico- y la de lithostrotum -literalmente “pavimento de piedra” en sentido general-. Se daba a la obra este nombre de lithostrotum cuando el material consistía en piedras naturales de formación volcánica y mármoles de diferentes colores. Los bloques para la construcción eran poligonales. En cambio, el musivum, la musivaria, aludía a pequeñas construcciones realizadas con argamasa y pequeñas piezas de distinto tamaño y color, llamadas teselas, de las que toma el nombre la especialidad –opus tessellatum-. La labor era realizada por auténticos artistas, quienes disponían las piezas sobre superficie aplanada y nivelada, distribuyéndolas por color y  forma hasta alcanzar el aspecto deseado, y aglomerándolas con una masa de cemento. Los mosaicos acabaron por convertirse en un imprescindible elemento decorativo para los espacios arquitectónicos, e incluso posteriormente, ha en época bizantina, el arte del mosaico se unió con la tradición oriental y dio lugar a una evolución que se distinguió sobre todo por el uso muy generalizado de grandes cantidades de oro.

Contrariamente a lo que pueda parecer en nuestros días, el arte del mosaico empezó a desarrollarse en sus inicios sobre todo para decorar los techos o las paredes; pocas veces para los suelos, debido al miedo que se tenía de que no ofreciera suficiente resistencia a las pisadas. Cuando este arte llegó a la perfección, acabó por llegarse al convencimiento de la posibilidad de ser pisado sin riesgo, y fue entonces cuando comenzó la moda de hacer pavimentos de lujo. Salvando las distancias, como pavimentos podían ser considerados de la misma forma en que una alfombra de alta calidad pudiera serlo en los tiempos modernos.

Para fabricar un pavimento hecho de mosaico seguían una serie de pasos que con el tiempo se fueron perfeccionando. El lugar de fabricación era un taller especial. Allí lo primero que se hacía era diseñar el cuadro y este trabajo tomaba el nombre de emblema. Después de haber diseñado el cuadro se hacía una división de acuerdo con el colorido, y se sacaba a continuación una plantilla en papiro o en tela de cada una de esas parcelas divididas. Sobre dicha plantilla se iban colocando las teselas siguiendo el modelo escogido con anterioridad. Las teselas se colocaban invertidas, es decir la cara buena que luego se vería tenía que estar pegada a la plantilla. Cuando este trabajo estaba terminado, los expertos lo transportaban al lugar para que el artista concluyera allí su obra.

Antes de colocar las teselas había que preparar bien el suelo para recibirlas. Esta era una labor muy importante que requería experiencia y habilidad. En primer lugar se allanaba hasta conseguir que fuera horizontal pero con una inclinación suave y calculada que facilitase el deslizamiento del agua hacia los sumideros. El suelo tenía que ser firme y estable pues una leve rotura de una sola tesela podía conducir a la degradación de toda la obra. El firme para recibir finalmente las teselas estaba así ordenado de abajo a arriba: suelo natural acondicionado, mortero mezclado con polvo de teja y carbones, polvo de teja, capa de mortero, y finalmente las teselas del mosaico

El arte de la musivaria presenta cuatro especialidades diferentes, dependiendo del tamaño de las teselas, de los dibujos y del lugar de destino del mosaico. En primer lugar podemos hablar del Opus Vermiculatum, de origen egipcio, elaborado con unas piedras muy pequeñitas con las que el artista podía dibujar con bastante facilidad objetos que pudieran requerir más precisión; debe su nombre a que las líneas del dibujo recordaban las sinuosidades del gusano. A continuación podemos encontrar el Opus Musivum, que se hacía principalmente para la decoración de los muros. Este término empezó a emplearse a finales del siglo III. El Opus Sectile está formado por piedras más grandes y de diferentes tamaños; principalmente placas de mármol de diversos colores para componer las figuras geométricas, de animales o humanas. Finalmente podemos citar el Opus Signinum como una variante más, cuyo nombre proviene de Signia; en este lugar había fábricas de tejas y en ellas se obtenía con los desechos un polvo coloreado que al mezclarlo con la cal daba un cemento rojizo muy duro e impermeable.

A modo de corolario, puede afirmarse que en la actualidad es considerado como una pintura hecha de piedra, una disciplina artística más, que vive de la pintura en cuanto a temas se refiere, pues la temática de un mosaico no tiene identidad propia, es la misma que puede encontrarse en la pintura. La diferencia radica principalmente en la perspectiva, más falsa y forzada en la musivaria que en la pintura.

Hay excelentes muestras de mosaicos en los yacimientos del Alcázar de los Reyes Cristianos en Córdoba, en Cástulo (cerca de Linares), Ciavieja (Almería), Los Mondragones (Granada) Bobadilla y Rio Verde (ambos en la provincia de Málaga), Niebla (Huelva), Monasterio de Santa María, Puerto Real y  Puente Melchor (los tres en la provincia de Cádiz), y en Ecija, Casariche y Alcalá del Río (en la provincia de Sevilla), junto a los más conocidos hallados en Itálica.

 

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El desván de las historias

La diosa del cielo

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Itálica

Uno de los secretos del éxito de la cultura romana, quizá el más relevante y el que la hizo prevalecer sobre otras culturas de su tiempo, y prolongarse durante más de siete siglos, no tuvo nada que ver con el poderío militar. En efecto, y aun aceptando que su concepto de ejército y de tácticas de guerra les daba una importante ventaja inicial, lo que hizo prevalecer al mundo romano no fue la fuerza de la conquista por las armas, sino la capacidad de aportar y de absorber elementos culturales; esto es, el intercambio mutuo con los pueblos que dominaba.

Por supuesto, la influencia de la cultura griega fue la más importante fuente de la que bebieron los artistas romanos, principalmente los escultores. Para ello basta con echar un vistazo a la escultura neo ática, de la que no mencionaremos más, por ser materia ajena a la intención de este desván de las historias. Roma conquistó Grecia… pero no sólo hizo eso. Participó del mundo griego, e hizo a su vez que los griegos participaran del mundo romano. Esta pauta se extendió por el tiempo y por los territorios, y hay multitud de asentamientos fuera del Lacio que alcanzaron el grado de colonia, así como la ciudadanía romana para sus habitantes; proceso culminado con el Edicto de Caracalla en el año 212 de nuestra era.

Por centrar la cuestión, no es de extrañar que ello acabara ocurriendo también en Hispania, una de las más importantes provincias del imperio –tres emperadores nacieron en ella-, y más concretamente en la Bética, donde vieron la luz Trajano y Adriano. Por usar una expresión contemporánea, la metodología romana era bastante clara. Conquista militar, asentamientos en el territorio, construcción de infraestructuras, desarrollo urbanístico, introducción de instituciones, administraciones, idioma y costumbres… y asimilación de elementos autóctonos, de forma que la población nativa acabara identificándose con patrones romanos, adaptados a su vez de patrones locales.

En la Bética hay varias e importantes ciudades diseminadas por todo el territorio. Debido a su estado de conservación y a la importancia de sus hallazgos, Itálica es quizá donde mejor pueden apreciarse muchos de los elementos característicos de la cultura romana en general, y de los relacionados con el mundo del arte en particular. Las tres artes plásticas por excelencia –arquitectura, escultura y pintura- pueden estudiarse con profundidad en esta cuna de emperadores, si bien es cierto que al igual que ocurre en casi todo el mundo romano, la pintura es inexistente, teniendo que acudir a la musivaria.

La arquitectura romana puede apreciarse en gran medida en la ciudad, así como el urbanismo. La perfecta disposición en cardos y decumenos, la orientación de las villas -estructuras y tipologías-, las aceras porticadas, los edificios públicos -termas, templos y exedra-, y las obras más emblemáticas -teatro y anfiteatro-, donde además de los cimientos, pueden verse el alzado de los edificios -en las viviendas sólo se conservan las plantas-. Sillares de piedra, ladrillo, arco, bóveda, y el magnífico invento romano, verdadera argamasa de su arquitectura: el opus caementicium, mezcla de cal, piedra y agua, el primer ejemplo de “hormigón armado”. La red urbanística inferior consistía en un complejo sistema de cloacas que complementaba y completaba la gran instalación de la superficie, que suministraba agua potable proveniente de diversos acueductos, almacenada en varios depósitos por toda la ciudad.

La escultura también está ampliamente representada, y cuenta con numerosos ejemplos de las distintas épocas y tipologías. En ellas puede apreciarse el gusto por la representación naturalista, heredado de la tradición griega, más allá del realismo o el idealismo de la moda imperante en cada momento. Hallamos muestras de retratos privados, de esculturas funerarias o religiosas, estatuas imperiales y divinas en todas las vertientes posibles… Las estatuas de Venus, Diana,  Hermes, y Trajano divinizado son bellas muestras de esculturas de cuerpo entero.  Los bustos de la diosa Fortuna, Adriano e incluso Alejandro Magno, son ejemplos destacables de esta tipología.

En cuanto a la musivaria, es también destacable la calidad de muchos de los mosaicos recuperados en Itálica, que pueden disfrutarse en su ubicación original. Es posible contemplar ejemplos de opus tessellatum, opus sectile y opus vermiculatum, según la forma, el tamaño y la disposición de las teselas empleadas en la elaboración. Son numerosos los ejemplos de mosaicos inigualables, como los del Rapto de Hylas, el del Planetario, o el de la Casa de los Pájaros.

Por último, no conviene olvidar una de las principales muestras de la asimilación mutua existente entre el mundo romano y los pequeños submundos que se incorporaban al imperio. La asimilación mutua de divinidades y costumbres puede contemplarse a través de las lápidas votivas dedicadas por individuos a aquellas deidades que les favorecieron en cualquier empresa que lo necesitaran. Itálica cuenta con una curiosa muestra en la que Cayo Sentio agradece su protección a la ancestral Dea Caelestis local, asimilada a la Némesis romana, por medio de una placa hallada en el nemesium del propio anfiteatro. Un esclavo liberto local agradeciendo algo a una diosa local asimilada a una diosa romana, en un lugar de culto propiamente romano como es un templo de la misma diosa, dentro de uno de los símbolos romanos por excelencia, como es el anfiteatro. Demos gracias a la Diosa del Cielo.

 

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